jueves, 28 de febrero de 2008

Apuntes para una biografía de José Requena Espinar (I)



Apuntes para una biografía de José Requena Espinar (I)
18 de abril de 2007.

Este año se cumple el primer centenario de la muerte de un accitano al que admiro profundamente y que ejerce sobre mí una atracción extraordinaria. José Requena Espinar se ha ido haciendo presente ante mí desde que empecé a dedicar horas a leer “El Accitano”, un periódico semanal que era de su propiedad y al que dedicó muchos de sus esfuerzos.
Su personalidad se fue dibujando poco a poco, y he sentido desde entonces la imperiosa necesidad de perfilar su biografía para incorporarla al plantel de accitanos ilustres que han pisado esta tierra, sin pena ni gloria, y con el que la ciudad ha cometido una ignominia. Tenía la intención de haberla terminado para esta fecha pero no ha sido posible, así que he realizado una muy breve aportación que se publicará en dos números en espera del texto definitivo.
No he podido saber la fecha exacta de su nacimiento, pero calculo que sería entre el año 1828 y 1829, ya que su partida de defunción nos informa de que nos dejó el 24 de abril de 1907, a los setenta y ocho años de edad, en su domicilio situado en la Plaza de Villa Alegre.
Vino al mundo en el seno de una familia acomodada que despertó en él la necesidad de estudiar, y que no escatimó recursos para que su educación fuese lo más amplia posible. El por su parte puso gran interés y esfuerzo.
Estudió en el Seminario de San Torcuato, en ese tiempo inicia sus relaciones de amistad con Pedro Antonio de Alarcón, (desde este momento sus vidas tendrían muchos paralelismos y momentos comunes), y ambos se aproximan a quien es la máxima referencia cultural de la ciudad Torcuato Tarrago y Mateos, por el que ambos, unos años más jóvenes que el que consideran su maestro, sienten gran admiración. Les apasiona el trabajo que viene realizando Tárrago junto a Gumersindo García Varela y José María Casas Miranda, tanto en “La Tertulia” como en El Pósito. Pero no son los únicos, con ellos se agregan a este grupo José María Ramírez Aguilera y Enrique López Argüeta que con el tiempo sería cuñado de Alarcón.
En el año 1843 está estudiando interno, en un colegio de primera enseñanza en la calle Cárcel Baja de Granada, bajo la dirección de Miguel Urbina, en el que se daba la doble condición de pedagogo y de Capitán de Granaderos de la Milicia Nacional. El día 26 de mayo de este año, el batallón de Asturias que tenía su guarnición en la ciudad, seguido de la milicia y apoyado por el pueblo granadino, se levantaba a favor de la Reina Isabel, contra el Regente General Espartero, proclamando su independencia del Gobierno de Madrid y constituyéndose en Junta Provincial, siendo la segunda ciudad de España que lo hizo. El General Espartero ordenó acabar este levantamiento y envió para ello una división al mando del General Álvarez, que inició las operaciones de sitio de la Ciudad, que se preparó para su defensa, levantando la bandera en la Torre de la Vela de la Alhambra, y haciendo tocar repetidamente su campana, negándose la Junta a entregar Granada. El General Álvarez, fue relevado por el Gobierno al comprobar que era incapaz de tomar la Ciudad, por el General Van Halem, que estrechó el cerco, ante lo que la milicia y el pueblo se dispusieron, para resistir el asalto, tomando para ello posiciones. Nos cuenta el propio Requena, en un artículo que publica en la “Revista Alhambra” una anécdota que se produce en los revueltos tiempos que se viven en la capital de la provincia, al decidir Vam Halem avanzar sus posiciones de Alfacar y Viznar:
“De pronto por el pasante Pérez Ibáñez se nos ordenó coger unas pequeñas espuertas, bajar a la calle, llenarlas de piedras y subirlas a la torre donde el señor Pugnaire, taquígrafo, tenía la curiosidad o la afición de cuidar águilas. Decir las penalidades que sufrimos los arrapiezos, el mayor de trece o catorce años, con el trabajo de aquel día holgaría para nuestros lectores, y los que no sabíamos tener en nuestras manos más que libros de gramática y ortografía, convertidos de pronto en peones de albañil!, en fin, las torres se llenaron de piedras, la calle Cárcel Baja quedó desempedrada y nuestro asombro en aquel infausto día era ver a mujeres y hombres en las cercanas azoteas, meter lumbre a las calderas que contenían aceite y otras materias resinosas para arrojarlas sobre los soldados de Espartero, en el momento oportuno”.
Nos descubre la gran vergüenza que sintió al comprobar que otros niños les observaban a ellos desde los balcones vecinos, y como viéndoles trabajar y sudar, comenzaron a burlarse de ellos y a arrojarles las vainas de las habas verdes que comían, probablemente lo que más le hirió fue que entre ellos estuviesen las hermanas Sofía y Felisa de Bermosilla y Meléndez, hijas de los Condes de Río Molino. A la primera, Sofía, se la llevó a Francia otra granadina, Eugenia de Montijo, para que la acompañase pero también para librarla de las pretensiones románticas del general Serrano. Más adelante Requena recuerda a un buen grupo de sus compañeros en el internado:
“Mosquera que después llegó a ser un gran fotógrafo; Plácido Francés que logró ser un ilustre pintor; Atanasio de los Ríos un joven de Torvizcón que pasaba noches en claro estudiando la lección y jamás supo una siendo el más estudioso de todos; Antonio Mesía era hijo del Marqués de Caicedo, malogrado joven, y después hizo las delicias del Liceo en todos los géneros de declamación siendo niño mimado de los socios del Pellejo, sociedad que tenía su teatrito y sus reuniones en la Carrera del Darro, en la casa del médico homeópata Flores; nuestro vecino Pablo Jiménez, muerto ha poco, el introductor en grande escala en Granada de las gaseosas y del hielo artificial; el que luego fue el pintor García, cuyos padres tenían un establecimiento en el mismo local, o sea el mismo sitio, en donde hoy se ha edificado el de los señores López Hermanos; los Céspedes, los que habitan por medio siglo la casa antigua, sobre cuyo solar se ha levantado el Café Colón, familia que con la de Santos, su vecina, no desperdició una bala de las muchas que se disparaban desde el antiguo Convento del Carmen, en los infinitos pronunciamientos de aquella época; Saravia era el habitante de la casa de los cuernos porque, en el patio y los cenadores, tenían los padres clavadas multitud de cabezas de ciervos con astas descomunales y coincidencia extraña, después llegó a casarse con “la Jabonera”, apodo de una muchacha tan bella como alegre que hizo sus primeras exhibiciones en aquellos casuchos que hay pegados a la espalda de la iglesia de San Pedro, antes de desembocar la Carrera del Darro en el Paseo de los Tristes, muchacha que de la jabonería pasó a ocupar casa solariega, a mandar doncellas y lacayos, y a disponer de trenes que mal arrastraban por la Carrera y Paseos de la Bomba”
En otro número de la misma revista publica otro artículo en el que vuelve a sus recuerdos en este colegio una vez terminadas las revueltas y con la ciudad retomando el pulso de la normalidad. Nos describe al profesor Francisco Urbina y como la paz de la ciudad se tornó conflicto en el centro, y como los juegos que cambiaron a partir de esa experiencia: .
“Grueso, mofletudo, de respetable edad, bonachón, complaciente con todos y no se nos olvidará jamás su manía higiénica de no comer higos ni brevas cuando las ponían de postre diciendo siempre ¡Hijos míos aun no es tiempo de comer fruta de ruta, no ha llovido todavía!
Y si la alegría ocupó su turno en el colegio, con la vuelta de los externos renació la guerra interior y particular nuestra, pues a causa de los bélicos hábitos que los niños habían presenciado durante el sitio, los antes juegos de trompa, del volante, del pique, de la pelota, fueron abandonados para jugar a soldados, convirtiendo todo el papel que podíamos haber a las manos en gorros de papel con descomunales borlas, en morricones, en viseras de cartón y plumeros de colores, comprando también sables de madera y alguno que otro fusil de hojalata, sin olvidar la cartuchera y las correas que se cruzaban por el pecho”
Más adelante cursó la carrera de Derecho, consiguiendo ejercer como abogado de los Tribunales de la Nación, y trabajando en la fundación del Colegio Profesional de Abogados en la Ciudad de Guadix, de lo que ya he escrito en un artículo reciente.
En la capital tuvo una intensa vida social. Estando muy ligado a los hombres que componían “La Cuerda”, aunque no voy a detenerme en este tema, porque ya he publicado en Wadias-Información un artículo sobre estas relaciones. Aunque sí insistiré en algunas afirmaciones de personas muy allegadas a Requena que afirman que fue unos de sus miembros, como el joven accitano Jesús García-Varela López-Argüeta, participante en las improvisadas tertulias que se formaban alrededor de Requena en los bancos de piedra del Paseo de la Catedral, quien sentencia en su artículo “Cosas que pasaron”, firmado el 27 de abril de 1907:
”Su vida preñada de aventuras, era curiosísima para los aficionados a las letras, por haber sido uno de los nudos que formaron la tan celebrada Cuerda Granadina”.
En su constante ir y venir de Guadix a Granada, Requena mantenía contacto con los muchachos de “La Tertulia” que querían triunfar en el mundo de las letras. Y empezaron a fraguar la idea de contar con un periódico para poder sacar adelante sus proyectos. Pero tenían el gran inconveniente de no contar con una imprenta en la ciudad. Fue Torcuato Tarrago quien les sacó las castañas del fuego, utilizando sus contactos en la ciudad de Cádiz, allí encontraron un socio que les permitió fundar “El Eco de Occidente”, en el que los jóvenes literatos accitanos comenzaron a publicar sus trabajos. Y este fue el primer contacto de Requena con los periódicos. Después colaborará en otros proyectos editoriales de la ciudad como “El Porvenir” y “El Eco Accitano”, que le llevarían a fundar su propio periódico “El Accitano”. También mantendría sus aportaciones a la edición granadina de “El Eco de Occidente” durante las cuales tuvo oportunidad de conocer a una mujer muy importante en su vida Enriqueta Lozano.
En Granada estuvo muy vinculado al Liceo, ya que prácticamente asistía a todas sus sesiones literarias. El carácter de esta institución se apoya en la creencia de que el progreso social está íntimamente ligado al progreso de las artes, y en esto creía firmemente Requena. El Liceo puesto de nuevo en marcha en 1847 era según los cronistas de la época, el centro del saber, de la elegancia y de los honestos recreos del pueblo granadino. En sus salones del antiguo Colegio de San Miguel, o más tarde en los de la calle Duquesa y en los del convento de Santo Domingo, el Liceo llevaba la iniciativa cultural de la ciudad. En número 23 de “El Accitano” Requena nos informa:
“VIAJERO. Hemos tenido el gusto de saludar a nuestro antiguo amigo y compañero en la Academia de Ciencias y Literatura del Liceo Artístico y Literario de Granada, don José García, que se encuentra accidentalmente en esta como administrador general del señor marqués de Heredia, a evacuar asuntos interesantes al caudal de dicha casa”.
Y en el mismos periódico del día 6 de noviembre de 1898 se dice que Requena es el más antiguo profesor de la Academia de las Ciencias y Literatura del Liceo Artístico y Literario de Granada.
En varias ocasiones se desplazó a Madrid siguiendo los pasos de Tarrago y Alarcón y para palpar de cerca la intensa vida cultural de la capital. No es fácil seguirle en estos viajes pero si hemos podido encontrar referencias de su gusto por la Zarzuela y la fascinación que sintió por la actriz italiana Adelaida Ristori, nacida en 1821. Hija de pobres y mediocres actores, a los quince años formaba parte de una buena compañía de verso y a los veinte ya obtenía sus primeros éxitos en algunas ciudades italianas. Su hermosura y su talento le cautivaron. Pero también descubrir en esta mujer su faceta de activista política en contra de la pena de muerte; partidaria de la república; políglota que dominaba perfectamente el español, el ingles y el francés, lenguas en las que interpretaba sus obras cuando así se requería por el público. Llegó a conocerla por mediación de Pedro Antonio de Alarcón en el año 1857, en el teatro de la Zarzuela de Madrid. Se cuenta la anécdota de que en ese momento se había condenado a muerte a un soldado porque agredió en legítima defensa a un sargento. Aquella noche, la Reina Isabel y el Duque de Valencia asisten al teatro de la Zarzuela a una representación de la Ristori. Varios periodistas y poetas entre ellos Alarcón y Requena se presentan en el aposento de la actriz para solicitar de ella el ruego de intervención ante la monarca. Y la artista tiene en esa ocasión el más hermoso de sus éxitos, ya que logra convencer primero a Narváez y luego a la Reina para que otorgaran un indulto al reo.
En el año 1859 se produce un acontecimiento que va a influir decisivamente en su vida, se trata de la Guerra de África. Pero de esto, de su agitada vida política y de otros aspectos de su vida trataremos la semana que viene.